La vaga promesa de una felicidad esperándome al final del trayecto.

"En 1992 me fui a vivir a un pequeño pueblo del Himalaya llamado Mashobra. Ese mismo año empecé a viajar por las zonas recónditas del Himalaya, a las regiones de Kinnaur y Spiti, dominadas por los budistas. Eran lugares muy distantes de Mashobra, pero viajar hasta ellos resultaba fácil y barato: unos autobuses destartalados partían de la vecina ciudad de Simla y recorrían centenares de kilómetros a través de las altas montañas y profundos valles, hasta llegar a una población cercana a la frontera de la India con el Tíbet. A menudo emprendía esos largos viajes atraído por poco más que la vaga promesa de una felicidad esperándome al final del trayecto. 

Recuerdo mi primer viaje. La época de los monzones había terminado, y las aburridas semanas de niebla y lluvia dieron paso a unos días clarísimos. En aquella helada y luminosa mañana, el autobús llegó con retraso y abarrotado de nerviosos peregrinos, campesinos y comerciantes tibetanos, con los laterales polvorientos y abollados ya veteados por fuera de vómito. 

Con un poco de suerte, y tras empujar y abrirme paso, conseguí hacerme con un asiento junto a la ventanilla; y a continuación, tras ese pequeño lujo, la multitud, la mala carretera y el polvo parecieron no importar. Todo lo que veía -el sol asomando por entre oscuros bosques de pinos, las mazorcas de maíz color naranja secándose sobre los tejados de pizarra de las casas en valles inmensos, y, en una ocasión, un diminuto patio trasero iluminado por el sol con un montón de cáscaras de cacahuete apiladas en el suelo cubierto de bosta de vaca- parecía conducirme a una eufórica revelación. "

Para no sufrir más. El Buda en el mundo - Pankaj Mishra, 2007. 



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