Real Madrid 3 – Manchester City 1 (Copa de Europa 1/2)
Odegaard es media punta. Preciso y limpio en el último pase con aceptable conducción a medio tempo. El flequillo de Canales y el recuerdo de Ozil, pero sin la gracia de Dios en su cuerpo o en su mirada que el turco poseía
Odegaard no embelesa, no gana partidos. Está en la posición imposible donde todo se exige y nada se da por sabido. Demasiado difuso para la vida de piedra, ninguno de sus gestos nos enseña la eternidad. Hubiera sido infeliz y el Bernabéu es cruel con los infelices. En cada partido suyo habría un minuto de silencio donde tomaría consciencia de su diminuta humanidad.
Mejor para todos y sobre todo mejor para su salud mental (y la salud mental de los deportistas es lo más importante) que se haya ido del Madrid. Así, sin dolor. Incoloro, inodoro e insípido, como dicen que es el sexo con las europeas.
Tú, negro del centro de la noche. Te resbalas con la cáscara de plátano y sudas por el dolor de tu raza.
La música del esclavo está en ti.
Y el gol es el abismo donde la escalera se da la vuelta.
No persigas tu sombra, porque tu sombra es el centro de tu noche, y tu noche será la sonrisa sin dientes del Bernabéu.
Pero corre, corre, huye tras los perros que te persiguen. Huye tras los balones sin ínfulas. Huye y salta al fondo de un escenario de cartón.
Trotarás por la playa donde naciste y perderás los dientes, y perderás los ojos, y los niños a los que dejaste huérfano saldrán en tu defensa.
Habrá un museo y estáran tus dientes y estará tu piel estirada sobre un tambor, y un revisor con la cara de un pez moribundo cobrará la entrada.
Aquí yace Vinicious. Pueden observar su sonrisa de 7 a 9, un lago de perlas y un resbalón en la playa frente al mar. Los niños y los viejos, entran gratis. Los descendientes de esclavos y las mujeres embarazadas, también.
Sean compasivos y disfruten de la leyenda.