El desastre annual

El Madrid no juega a nada. Llevo escuchándolo desde que reinó Carolo. Ese monarca austrohúngaro que era ya filoculé. El Madrid no juega a nada -dice indignado mi padre- como si hablara de un familiar que un día nos llenó de orgullo, y hoy nos hace avergonzar. El Madrid no juega a nada, señora, desde que el barça impuso estética y sexualmente su estilo. Ese estilo de niño tísico al que no le llegan los pulmones para chutar con fuerza. Esos descampados de nuestros extrarradios donde estaba prohibido tirar a trallón y el gol más celebrado era el meterse dentro de la portería. Fueron listos los catalanes. Utilizando al charnego como proa, conquistaron por primera vez un país, y a partir de ahí comenzaron a ganar batallas. Lo nunca visto.

Es cierto, que ese patrón adormece nuestro sentido futbolístico y nos llama y nos llama. Cualquier otra cosa parece falta de orden y armonía. Vino además un argentino a ideologizar lo que pasaba en el terreno de juego (no les vale con quitarnos a nuestras mujeres). Y ya tenemos, entonces, al moralista presto para desenfundar. Rápido en el anatema para cualquier otro fútbol que no sea el revelado. Después de tantos miles de millones, y el Madrid no juega a nada. O como nos definió Guardiola en un arrebato de rauxa: El Madrid siempre ha sido un equipo que juega al contraataque.

Ergo, no juega a nada. A la emboscada, al matonismo. Así hace las cosas la puta banda contra el fútbol fluorescente de los muchachos. Una parte del Madrid acogió la nueva ideología sin reparos. Le permitía aplaudirse sus propios aplausos. Demostrar su superioridad moral reconociendo la primacía del adversario. Un caso de vanidad desmesurada que enmascara un gusto mórbido por la humillación y el sometimiento.

Para los que creen que fútbol es sólo pase, los pegapasistas, está claro que el Madrid no juega a nada. Una tribu netamente española. Siempre hubo en las ventas gente que lo discutió. Pero aquí gusta, se toma como propio y se ridiculiza convenientemente lo que no casa con ello. El Madrid-que como todo el mundo sabe- no juega a nada. (Xavi se chivó, seño). Porque jugar, jugar, es el rondo, la pared, la utopía del fútbol. Lo otro son los de artis-muti pintando cuadros con el muñón que tienen por extremidad.

Aunque nadie lo recuerde, con Del Bosque se decía exactamente eso. Algún destello de Zidane (que no es Valerón, precisamente) y poco más. Estos amontonan jugadores en ataque sin táctica ni variantes defensivas. El Valencia de Rainieri sí que jugaba bien (al contraataque, que otros equipos tienen la potestad). Ya verás que baño le da en la final de Champions. Ya verás.

Y ahora esto. Mouriño. La demolición. El anti-fútbol (¿pero no era lo nuestro?).

Veremos lo que pasa el día en que empecemos a jugar.

4 comentarios:

  1. Excelente, cuando fundé en 1797 «Le Journal de Bonaparte et des hommes vertues», pensaba en artículos así, que expusieran la grasa protectora del Antiguo Régimen pero que mostraran los maderos rotos de la cabaña, con la luz entrando ya.

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  2. Cuando propuse colonizar Egipto con un ejército de científicos en la expedición, acabando con todo el foie-grass, muchos lo entendieron como una maniobra propagandística. En realidad eran los que pilotaban el discurso del Antiguo Régimen los que difundieron esa supuesta intención propagandística. Zorras como los de Deportes Cuatro.

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  3. Dice la ideología hegemónica que el Barça-Barça-Baaaarça sigue la ética de los medios (campistas). Y el Madrid, la de los fines (los delanteros).

    La pureza contra el maquiavelismo.

    Y los niños contra los soldados.

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  4. Inmejorable
    Añado más:
    Me encanta la explicación que dan los juntaletras al para ellos incomprensible hecho de que el Madrid sea líder y marque más goles que nadie: me refiero, claro está, a la pegada. Término que todos utilizan pero nadie explica, seguramente porque ninguno la entiende. ¿Cómo es posible que el Madrid gane una y otra vez, si no juega a nada? Por la pegada, claro está.
    Higuaín canta un gol, Cristiano canta un gol, Benzemá canta un gol. Rebobinemos. Benzemá ha recibido el balón de Cristiano, éste lo ha recibido de Ozil, éste a su vez de Xabi Alonso, al que se a ha dado Khedira... ¿cómo es posible? En apenas cinco segundos, el balón ha ido del campo propio a la red contraria, sin mediar más de treinta pases, quince de ellos hacia atrás, como manda el buen gusto... La única explicación es la pegada: escurridiza forma de energía oscura que permite hallar caminos cortos y trayectorias veloces a través del cesped, o lo que es más sorprendente, elevando a veces el balón más de tres metros por encima del césped. Vértigo, horror, produce la contemplación de semejantes prodigios. Incluso en algún partido permite al Madrid rematar más de veinte veces a portería, sin disfrutar de más del 60% de posesión del balón (única variable que sostiene la coherencia del Universo). Es más, la mayoría de los remates van fuerte...
    (Y mientras los filósofos ciegos debaten su cosmología bidimensional sobre la pizarra de Valdano, fulgurantes destellos de Cristiano, Ozil, Alonso, se dibujan sin ser percibidos más que por los ojos de quienes son capaces de levantar la vista al cielo)

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