"Los dolores como la guerra, los conocimientos difíciles de adquirir o la muerte de un amigo no destruyen la cualidad esencial de la vida, como hacen los que nacen del disgusto por uno mismo. Todo interés externo inspira alguna actividad que es un preventivo contra el ennui. En cambio el interés por uno mismo no conduce a ninguna actividad de tipo progresivo. Hay varias clases de absorción en uno mismo. Tres de las más comunes son la del pecador, la del narcisista y la del megalómano.
El pecador está absorto en la conciencia del pecado e incurre constantemente en su propia desaprobación. Tiene una imagen de sí mismo como él cree que debería ser , que está en constante conflicto con su conocimiento de cómo es. Lo que le hace descarriarse es su devoción a un objeto inalcanzable junto con la inculcación de un código ético ridículo. Entonces sintiéndose decepcionado se arrepiente de su necedad y empieza de nuevo.
El narcisismo es bueno hasta cierto punto, es una cosa normal y no tiene nada de malo. Sólo en exceso se convierte en un grave mal. La vanidad, cuando sobrepasa cierto punto, mata el placer que ofrece toda actividad por sí misma y conduce inevitablemente a la indiferencia y al hastío.
El megalómano desea ser poderoso y temido. A este tipo pertenecen muchos lunáticos y la mayoría de los grandes hombres de la historia. El afán de poder, como la vanidad es un elemento importante de la condición humana normal; sólo se convierte en deplorable cuando es excesivo o va unido a un sentido de la realidad insuficiente. Cuando eso ocurre, el hombre se vuelve desdichado o estúpido, o ambas cosas.
La típica persona infeliz es aquella que habiéndose visto privada de joven de alguna satisfacción normal, ha llegado a valorar este único tipo de satisfacción más que cualquier otro, y por tanto ha encauzado su vida en una única dirección, dando excesiva importancia a los logros y ninguna a las actividades relacionadas con ellos."
Bertrand Russell - La conquista de la felicidad.
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